Cerca de casa, apenas a unos cien metros, había un horno de leña tradicional, llevado por una mujer a la que llamábamos "la Conina". Nunca he sabido el nombre de esta señora, aunque sí que conozco a sus familiares. La antesala de dicho horno, la única parte a la que se tenía acceso, era una habitación enorme (por lo menos a mis ojos de niña lo parecía), con unos bancos de obra en los laterales. Encima de esos bancos e integrados en las paredes de la habitación habían unas filas de palos de madera, para servir de brazos y poder apoyar las llandas -palabra no recogida en el diccionario de la RAE, pero del que hay infinidad de imágenes que la definen, por ejemplo, aquí- de la gente. Del techo de la habitación colgaban unos ganchos de los que pendían una serie de palas y justo en el centro una horquilla de madera, para poder apoyar esas palas mientras no se usaban. La Conina en la boca del horno, manejando las palas con gran destreza, acercando o alejando de las brasas las llandas -fuentes- de la clientela, que dependiendo del tipo de comida, eran más o menos tiempo.
Mi época preferida eran las semanas previas a la Navidad, cuando el trasiego era constante, la gente que vivía lejos del horno llevaba las masas en barreños y allí mismo le daban las formas apropiadas ...las que vivían cerca, las llevaban ya formadas.. Yo he visto a mi abuela llevar una tasa de pan sobre la cabeza, ayudándose con un paño de cocina a modo de almohadilla y en un equilibrio perfecto. Siempre había mujeres hablando, el olor era indescriptible siempre, pero especialmente bueno en esa época del año, el anís, el limón, el aceite, la naranja, ...ese tipo de cosas que quedan en la memoria y forman parte de ti tanto como cualquier cicatriz en la piel. La hija de la Conina, en los momentos de mayor trabajo, era la que se encargaba de cobrar... y se cobraba por docenas... daba gusto verla contar pieza a pieza, lo cocido por su madre...